Blog

La habilidad de “cambiar el mundo”

Al parecer hoy muchas personas quieren un mundo diferente. Y la pregunta que cabe hacer es: ¿podemos realmente cambiar el mundo? ¿Está en nuestras manos tan ardua tarea?

Stephen Covey, un autor muy de nuestro tiempo, -hoy con la salud afectada por un reciente accidente de bicicleta,- defiende que el primer hábito de la persona efectiva es que se centra en lo que “puede hacer”, y se desinvolucra con serena aceptación de lo que no puede cambiar. Esto le confiere extraordinaria eficacia en cualquier cosa que emprenda, porque libera toda la energía de que dispone en pos de sus objetivos personales y profesionales.

A pesar de la obviedad de este principio, asombra constatar la cantidad de tiempo y atención que dedicamos los humanos a temas en los que no podemos influir ni por asomo. Y no hablamos solo de estas “grandes causas” políticas, económicas o deportivas que encienden nuestro ánimo, de las que a diario nos hablan los medios de comunicación, conscientes del enorme deseo que nos domina a los ciudadanos de a pie de perdernos en ellas.  Aquí deberíamos incluir también el ansia enfermiza por conocer hasta los últimos recovecos de la vida íntima de la celebrity nacional o internacional de turno, cuya probabilidad de que lleguemos a intimar con ella debe estar en torno al uno contra un millón.

Que necesitamos reposo es cierto. Que la fatiga es patrimonio de todos los corazones es seguro. Pero hay una  manera de descansar absurda y que no nos beneficia, y otra que tonifica el cuerpo, o cultiva el espíritu, o construye afectos… De todo esto estamos también necesitados los humanos, aparte de llevar adelante nuestra vida laboral o intelectual.

Ante los logros de Golda Meir alguien dijo: “Más vale una vida de compromiso directo, que mil años de anhelos abstractos”. Y nuestra capacidad para el compromiso ha bajado…. y nuestros anhelos abstractos se han multiplicado por mil. Ya va siendo hora de que en lugar de quejarnos nos dispongamos a la acción. Nuestras vidas, las de nuestros hijos, familiares, amigos, clientes, jefes, colegas y conciudadanos cambiarán a mejor. Es nuestra única opción para mejorar el estado de cosas en que se encuentra nuestro mundo actual: pensar en qué, dónde y cómo puedo aportar valor, y hacerlo.

El viejo ruego “Dame la fuerza para luchar por aquello que puedo cambiar, la serenidad para aceptar aquello que no puedo cambiar… y la sabiduría para distinguir la diferencia…” sigue tan vigente hoy como ayer. Si una parte importante de la población hiciera suya esta plegaria, el mundo entero cambiaría de forma insospechada… y para mejor.



Compartir entrada en:

Escribe un comentario