Cambiar o no cambiar: esta es la cuestión.
Tras un crisis laboral como la que muchos estamos viviendo en el momento actual, todos tratamos de un modo u otro de no entrar en pánico y recuperar la calma. Pero una vez que lo hemos conseguido la pregunta es: ¿y ahora qué?
Una vez aquietado el espíritu, necesitamos valentía para explorar nuevos caminos . Hacer nuevas elecciones. Perseguir nuevos propósitos. Las pequeñas y agradables cosas de cada día de nuestra vida laboral anterior quedaron atrás. Y esto cuesta de digerir, a unos más y a otros menos.
Cuesta cerrar el pasado y mirar con optimismo hacia un nuevo futuro. No hay que creer que un pesimista es un optimista bien informado. Es una pena tomarse la molestia de ponerse objetivos, y que luego nos falte el sentido de aventura necesario para ir tras ellos.
El espíritu de aventura nos hace ver lo divertido de todas las situaciones: las mejores y las peores. Y este espíritu se mantiene con nuestra ignota capacidad de sorprendernos ante cualquier acontecimiento. Fomenta el espíritu de aventura, el hábito de maravillarse continuamente ante lo asombroso de la creación. Y necesitamos de este sentido de aventura en nuestra acción diaria, porque nos proporciona la emoción de encarar nuevos riesgos e incertidumbres. Sin él, no emprenderíamos nunca cosas nuevas. Un autor anónimo lo expresó con acierto:
“Aventura significa arriesgar algo; solamente así se aprende lo espléndida que es la vida y lo espléndidamente que puede ser vivida… El que nunca se atreve nunca hace; el que nunca arriesga nunca gana. Es mucho mejor aventurarse y fallar, que echarse en la alfombra como un gato a ronronear. Sólo los locos se burlan del que falla; los hombres sabios se ríen de los perezosos e indulgentes, y de aquellos que son tan tímidos que no se atreven a conseguir nada”.
Es propio de la juventud amar el cambio. Si este es el caso, (seamos jóvenes o no tan jóvenes) quizás podemos omitir la lectura de este apartado. Pero puede ocurrir que aun siendo jóvenes, nos cueste salir de nuestras rutinas habituales. Las rutinas ofrecen seguridad… la seguridad de lo previsible y conocido. Lo nuevo puede llevar a lo desconocido, y en lo desconocido hay incertidumbres. Y toda incertidumbre encierra un riesgo: el riesgo de un resultado quizás indeseado. Un buen exponente del temor popular a lo desconocido lo es el dicho: “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Un cambio cuesta más de afrontar cuando nuestra autoestima es débil. Y este suele ser el caso al dejar atrás un empleo. En este momento se tiende a pensar que la transición a otro trabajo será algo traumático y duro, y que nos acarreará pocas compensaciones y muchos dolores de cabeza. Esta creencia (que es completamente infundada), nos lleva a alimentar ideas tipo “¿porqué tengo ahora que enfrentarme yo a esto?”… ideas en fin que producen cansancio antes de empezar. Ideas que más que ayudar, entorpecen el proceso de cambio laboral que necesitamos iniciar. Hay que aprender a pensar en el cambio como un catalizador para mejorar profesionalmente; no como un esfuerzo impuesto por las circunstancias.
La realidad es que vegetar demasiado tiempo en un mismo puesto de trabajo o en una misma situación de empleo (o desempleo), encierra poca o ninguna oportunidad. Un competente Director de Recursos Humanos afirma que en un proceso de selección, prefiere “a un individuo trabajador e implicado que permanece en una compañía durante solo dos años, antes que a un empleado complaciente e inmotivado que ha tenido una larga estancia en una misma empresa –y tal vez ejerciendo parecidas funciones- “. Al cabo del tiempo en un mismo trabajo uno se percata de que el quietismo constituye un enorme paso atrás, por el anquilosamiento y la artrosis de la personalidad toda que genera en la persona hacer siempre las mismas cosas, con la misma gente, en la misma organización.
El ser humano crece y se desarrolla y madura y se vuelve curtido y experimentado, afrontando nuevos obstáculos que le permitan identificar y potenciar sus talentos, aumentar su valentía ante la vida, y afirmar su personalidad. Son muchas las personas que después de drásticos cambios profesionales forzados a lo mejor por un despido indeseado, han dicho después: “Ojalá me hubieran despedido antes”. Erich Fromm constató que el “yo” se hace fuerte en la medida en que actúa.
Todos conocemos sin embargo a personas que habiéndose quedado sin empleo, han sufrido toda clase de males. Surge entonces la pregunta: ¿porqué para algunos individuos un cambio de empleo es muy positivo, y para otros motivo de desgracias?
Para solucionar nuestros problemas laborales no es suficiente con que nos digan: “Mire usted: póngase la corbata, sonría, hinche el pecho, y salga al mundo como un triunfador… y triunfará”. Es verdad que al mal tiempo hay que ponerle buena cara. Pero el pensamiento positivo no basta para alcanzar un objetivo un poco elevado. Hay que optar por una meta, e involucrarse en ella completamente trabajando hasta el límite de nuestras capacidades. Así, cualquier cosa que hagamos será agradable… y rendirá resultados. Y una vez que hayamos probado este gozo, doblaremos nuestros esfuerzos para probarlo de nuevo. Así crece el hombre, así avanza en su vida profesional… y así alcanza sus propósitos.
El hecho de que el paro o el buscar empleo tenga consecuencias tan dispares en las personas, radica en su verdadera actitud, en su estado anímico y en cómo ven su futuro. Pero no con una naturaleza superpuesta sino de verdad y desde lo más profundo de su ser. La vida profesional (y personal) tiende, en el transcurso del tiempo, a asemejarse más y más a la propia visión de lo que uno cree que puede llegar a hacer (y/o ser). La visión que está en lo más recóndito de nuestro corazón se traduce en pensamientos y estos en elecciones y acciones, que nos conducen a logros que responden a nuestra propia manera de ver la vida y el trabajo. Hay pues que ir con cuidado con las creencias que se alimentan: pueden acabar convirtiéndose en realidades.
Se dirá: ¿Y dónde quedan la “suerte” y las “circunstancias”? Es verdad. Estas juegan un papel para bien o para mal. Pero lo que nosotros hagamos con ellas es lo que más cuenta. “La esencia de la libertad es que cada uno de nosotros participa en la creación de su propio destino”, dijo Richard Nixon premonitoriamente antes del escándalo Watergate, que le llevó a abandonar la presidencia de los Estados Unidos contra su voluntad…
El contenido de nuestra conciencia es cuestión de decisión personal. En ella entra o queda fuera lo que nosotros queramos. En esto no interviene ni la suerte ni las circunstancias. La respuesta no está fuera sino dentro de nosotros. Albergar en nuestro interior los pensamientos pertinentes, es un hábito que se adquiere como resultado de un proceso, que podemos iniciar o suspender a voluntad.
Para afrontar lo nuevo, al iniciar la búsqueda de una nueva situación laboral desde una posición de desempleo, el primer convencimiento que es recomendable adquirir es el de que tenemos la verdadera oportunidad de influir en nuestro destino.
¿Crees de verdad que podemos hacerlo?
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